UN VIAJE SOÑADO


Mi nombre es Salvador Romero. He recorrido el río Amazonas en barcos de los que utiliza la gente de la zona, durmiendo en hamaca en la cubierta. Empecé en Buenos Aires y Montevideo. Después pasé por Asunción, antes de llegar a Lima, desde donde tomé el avión que me llevó a Iquitos para empezar este viaje fascinante. Terminé pasando unos días en Río de Janeiro, antes de tomar mi vuelo de regreso a España.
Este viaje era un sueño que tenía desde hacía bastantes años. Llegué a creer que nunca lo podría realizar por no poder disponer del tiempo suficiente, pero la vida da muchas vueltas y me ofreció esta oportunidad, porque desde septiembre de 2023 me organizo mi tiempo, y eso me animó a hacerlo ahora. Desde antes de la pandemia, por unas circunstancias o por otras, llevaba tiempo sin hacer un viaje de este tipo, aunque nunca había hecho ninguno de esta duración y ahora estoy seguro de que esto ha sido el comienzo de otros que vendrán después. Los sueños, aunque a veces parecen muy difíciles o incluso imposibles de realizar, si no se abandonan, si se persiste en alcanzarlos, el día que menos pensamos, el tren en el que viajan llega a nuestra puerta y nos invita a que subamos.
Comencé mi viaje en Buenos Aires, a punto de empezar el invierno austral, porque es una ciudad con la que tengo una conexión especial. Allí he pasado muchos días en varias visitas, he celebrado dos navidades, he pateado sus calles, me he sentido acogido como uno más, y sentía la necesidad de volver recorrer el microcentro, perderme por las calles de San Telmo, pasear por Puerto Madero, comer una buena carne, compartir unos momentos con la gente de allá, e incluso hacer una escapada un día en el Buquebus a Montevideo, cruzando el Río de la Plata. Pude hacer todo eso y me fui con la impresión de que no será la última vez que vaya, pero era una ocasión única, ya que iba relativamente cerca y la aproveché.
Paraguay es un país que se suelen saltar los recorridos turísticos y que hace tiempo quería conocer. En los tres días que estuve, me quedé en Asunción. Igual que en Argentina o en Uruguay, el tiempo era frío y lluvioso y, la verdad, no ofrece demasiadas cosas para el turista que estará un corto espacio de tiempo. Coincidió con las celebraciones de la independencia, por lo que tuve unos días festivos y coloridos por las calles, y se celebró un torneo de pádel, al que acudieron los mejores jugadores del mundo. Aproveché mis tres días para acudir a estas dos celebraciones.
Llegué a Lima que era mi puerta de entrada a la selva y al río Amazonas. El tiempo estaba nublado o con niebla y seguía siendo fresco. Aproveché mi estancia para reunirme con mis amigos limeños, como el cantante Moisés Vega y su famila y compartir unos buenos momentos. También aproveché para conocer el centro histórico de la que fue capital del virreinato del Perú. Allí  desapareció mi teléfono y aunque este hecho me creó una serie de trastornos e inconvenientes a lo largo del resto del viaje, al final pude ir solventando todos.
De Lima volé a Pucallpa y ya tuve mi primer encuentro con la selva y con el río, a pesar de que los lugareños dicen que el río que pasa por allí es el Ucayali y no lo llaman Amazonas hasta que sus aguas se juntan con las del Marañón. Allí ya tuve mi primer contacto con la gente de la selva, y de allí salió mi primer barco y mis primeros días durmiendo en hamaca en la cubierta. Con mucha diferencia, era el barco más lento de todos los que utilicé y además, tardó cuatro días en zarpar, mientras no paraban de cargar mercancías, incluidos ochocientos pollos vivos, que transportamos en una de las cubiertas, dentro de un vallado de madera y sobre un lecho de serrín. Pucallpa me mostró cómo era la gente de la selva, sus costumbres, sus comidas, y también su clima caluroso y húmedo.
Tras seis días de navegación y cuatro más en el barco esperando que zarpase, llegamos a la mítica ciudad de Iquitos, afortunadamente sin noticias de los piratas del río y con ganas de conocer, lo que fue en su día uno de los principales puertos caucheros y donde primero Fitzcarrald y luego Julio César Arana explotaron a los trabajadores y a los indígenas, cometiendo con estos últimos un verdadero genocidio. El dinero que proporcionó el caucho, hizo que se adoptaran costumbres europeas, para lo cual importaban todo tipo de artículos y materiales de construcción, sin importarles mucho el precio. Pero todo se derrumbó como un castillo de naipes, a partir de 1912. Aún así, Iquitos sigue guardando en sus calles, muestras de lo que fue aquella época. También aproveché la estancia para pasar tres días en la selva.
De Iquitos fui navegando hasta la triple frontera, donde se unen Perú, Colombia y Brasil, con Santa Rosa, Leticia y Tabatinga, en lo que era una de las principales regiones productoras de caucho, el Putumayo, casi una finca particular de Arana. Allí seguí disfrutando del estilo de vida de la selva, de sus comidas y de las semejanzas y diferencias de tres ciudades que viven mezcladas, pero que pertenecen a tres diferentes países. Durante mi estancia en Leticia, aproveché para participar en una ceremonia de Ayahuasca, con el chamán William Mozombite, en una maloca en medio de la espesura de la selva, donde nos quedamos a pasar la noche. La experiencia fue realmente alucinante en todos los sentidos de la palabra. Es evidente que el DMT que contiene te altera los sentidos y la percepción de la realidad, pero el chamán, desde antes de ingerirlo, te va guiando hacia tu yo interior, para que te llegue una visión sobre algo o sobre alguien en que te concentras. Intenta que tengas una limpieza del cuerpo y del alma.
De Tabatinga partí a Manaos, la capital brasileña de la selva y otro importante puerto durante la fiebre del caucho. En esta zona, y en realidad en todas las zonas caucheras de Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia y Brasil, se utilizaron los mismos métodos de explotación, que ya había empleado Leopoldo II de Bélgica en el Congo. En Manaos fluyó el dinero y se construyó un teatro de ópera, el teatro Amazonas, en el que asistí a un concierto de jazz. Hoy en día es una ciudad industrial de más de dos millones de habitantes, pero en el casco histórico se pueden ver perfectamente las huellas de aquella época dorada del caucho. La anchura y profundidad del río, permitía la llegada de buques de gran tonelaje y calado, algo que hoy en día le permite ser una ciudad industrial.
Mi siguiente parada en el río, fue en Santarem, una ciudad llena de playas fluviales, a la que acuden muchos turistas del norte de Brasil. No me dediqué a acudir a sus playas, sino que aproveché el tiempo para conocer lo poco que pude ver, pues me tuve que ir antes de lo previsto, debido a que no había barco hasta cinco días después, si no me iba ya. Estuve tres días, en los que disfruté de sus parrillas ambulantes, su vida al atardecer y por la noche en la orla, que es como llaman al paseo paralelo a la costa y del descanso  en el que quizás fue el hotel en el que más cómodo me encontré.
De Santarem fui navegando hasta mi destino final en el río y la que fue la tercera ciudad importante en la época del caucho, Belém do Pará. Y fue importante, porque además de ser una gran productora de caucho, al estar ya en la desembocadura del río Amazonas en el Atlántico, fue el principal puerto de conexión con Estados Unidos y con Europa. En Belém, antes que en Manaos, también construyeron un teatro de ópera durante la fiebre del caucho, el Theatro da Paz y en él asistí a un concierto en homenaje a dos compositores de música brasileña, padre e hijo, que interpretaron numerosos artistas. Coincidió mi estancia con la fiesta del Boi-Bumbá y pude asistir a sus desfiles por las calles. Belém es una ciudad de más de dos millones de habitantes y capital del estado de Pará, pero cuenta con un casco histórico bastante grande, donde se encuentra el gigantesco mercado Ver-O-Peso, por donde da gusto perderse.
Una vez terminado mi recorrido por el río, volé a Río de Janeiro, no sin susto al aterrizar, donde aproveché para conocer el Pan de Azúcar, el Cristo Redentor del Corcovado o el estadio de Maracaná, además de la playa de Ipanema y su magnífica gastronomía. Tras cinco días de estancia, tomé mi vuelo de vuelta y regresé a Madrid, desde donde no paro de pensar en cuál será el próximo viaje.
Aquí termina mi aventura, después de haber podido cumplir el sueño de recorrer el río Amazonas en barcos de los que usan las gentes locales para sus desplazamientos. Me quedo con que he visitado seis países, en cinco de ellos se habla español y en Brasil, portugués, pero en ningún momento me he sentido extranjero, ni siquiera en Brasil. No sólo tenemos una cultura en común, sino que también somos muy parecidos. Muchas veces escuchaba hablar a los brasileños de fondo, y me parecía que no había salido de España. Hay que recordar que a la península ibérica, los romanos la llamaban Hispania, los griegos Iberia y los visigodos Spania, y ahí siempre ha estado incluido el actual Portugal. Eso sin contar con que durante bastantes años, entre los siglos XVI y XVII, desde tiempos de Felipe II, fuimos un mismo país, con un mismo rey. Como decía, sea por lo que sea, la sensación que me llevo, es de que no he salido de casa del todo. Quizás ese sea el mejor recuerdo que me llevo de este viaje.
Espero no haberos aburrido con mis relatos, aunque de vez en cuando alguien me escribe diciendo que le gustan. Habrá más viajes y habrá más blog. Pero ahora, de momento, toca volver a casa y tomar impulso para nuevas aventuras. Un abrazo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LA TIERRA DE DON QUIJOTE, UN VIAJE POR LA MANCHA

PARA EMPEZAR, HAY QUE VOLVER