LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES

Mi nombre es Salvador Romero y viajo. Ahora estoy en camino, para ir a recorrer el río Amazonas hasta la desembocadura. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.

Dejé Asunción después de tres días con más frío del que esperaba. Tras un vuelo de cuatro horas, aterrizamos en el 
aeropuerto de Lima. Aparentemente el tiempo estaba mucho mejor, con sol, unos 20 grados, etc., prometía bien. Lo primero que me sorprendió de Lima, es su gran tamaño. Según el chófer del Uber, un venezolano emigrado a Perú, más de diez millones de habitantes viven en la ciudad. Me llevó al barrio de Miraflores, que casi parece una ciudad, uno de los más tranquilos de Lima. Llegué a mi hotel y me informaron de que debido a una avería en la habitación que tenía asignada, me iban a dar una suite con jacuzzi y todo, pero sólo para esa noche. Al día siguiente debería cambiarme de habitación.
Una vez que me hube acomodado, salí en dirección al centro histórico, donde visité primero la plaza Mayor o plaza de Armas. Estuve visitando la catedral, donde se encuentra enterrado Francisco Pizarro, en una capilla a la entrada. La catedral tiene un tamaño enorme, debido a que siempre fue la catedral primada de América. Posee numerosas obras de arte, tanto de la época virreinal, como de después de la independencia del Perú. Estar por allí impresiona, porque Lima, además de la capital del virreinato del Perú, empezó a construir todo aquello hace 500 años y lejos de parecer algo reciente, tiene la solera de muchas ciudades de Europa. Te transporta en el tiempo. Viendo detenidamente lo que hay dentro del recinto, percibo claramente que no estoy en un sitio ajeno, que gran parte de la historia que se puede ver en los cuadros, en las tumbas o en los letreros antiguos que acompañan muchos de los objetos de arte y religiosos, son también parte de mi pasado. Y eso te hace sentir un poco como en casa. En realidad, he visitado México, Cuba, República Dominicana, Guatemala, Honduras, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú, además de Florida, y en todos esos sitios no me he sentido forastero. Al hablar con la gente, me han recordado a las vecinas de mi calle en mi niñez, en Villacañas, a los hombres que veía ir a trabajar, a los niños que jugábamos en la calle. Cómo decía, todos esos sitios tienen algo de entrañable.
Volví al hotel, ya pasadas las seis de la tarde y allí mismo, pedí un plato que tenían de pechuga de pollo con arroz, patatas fritas y ensalada, que me comí en la habitación, usé el jacuzzi, que ya que lo tenía no lo iba a desperdiciar y puse la tele y estaban poniendo en diferido, el partido Getafe-Atleti y lo vi tumbado en la cama tranquilamente. Ya me quedé  viendo la tele, hasta que me dormí.
El viernes amaneció con niebla y no se llegó a levantar del todo durante el día. Decidí recorrer Miraflores, que es donde me alojaba, y bajar hasta la playa a tocar el agua del Océano Pacífico, que de modo simbólico marcaba el inicio de un trayecto que me llevará hasta el Atlántico, pues el Amazonas nace en el Nevado de Mismi, a un centenar de kilómetros de la costa del Pacífico.
Cuando volvía de la costa subiendo las escaleras y pendientes, no sé en qué exacto momento, pero sí sé en qué breve intervalo de tiempo, mi teléfono móvil desapareció, lo cual me causó un tremendo estrés, que se fue apaciguando a medida que fui recuperando bastantes de las funciones, como escribir este blog, y que veía perdidas, a través de una tablet que compré la semana antes de partir. Creo que ahí empezó la verdadera aventura. Una vez bloqueada la tarjeta SIM, y pudiendo seguir operando por WhatsApp, Facebook e Instagram, terminé de relajarme, aunque ya era bastante tarde y había quedado con mi amigo el cantante peruano Moisés Vega y familia.
Me fueron a recoger al hotel Moisés con su esposa, y su hermana Vivi. Me llevaron a Barranco, que es un barrio, antiguo municipio, colindante con Miraflores y realmente espectacular. Es un barrio costero, lleno de antiguas casas de cierto nivel, que han ido reconvirtiendo en bares, restaurantes y discotecas. El entorno es precioso y el ambiente, espectacular. Comí unos anticuchos que estaban buenísimos, aunque me pusieron una cantidad desmesurada, pero así terminé de matar la pena por el teléfono. Tras la cena, Moisés y su esposa se fueron, pues están esperando familia y tras despedirnos, fuimos a una terraza de un local de moda, donde nos esperaban unas amigas, con las que estuvimos compartiendo hasta regresar a dormir.
 
Hoy el día ha amanecido también con niebla. Tras desayunar y recoger todo el equipaje de nuevo, me he trasladado al aeropuerto y en un vuelo de una hora y poco, por fin he llegado al gran río, que aunque es el Amazonas, en esta zona lo llaman Ucayali. Tengo que decir, que nada más bajar del avión y después de tener que ir abrigado todos estos días desde que llegué a Buenos Aires, el bofetón de calor y de humedad recibido, ha sido importante. El hotel, que encuentro realmente barato, unos 25€ al día con desayuno incluido, me ha mandado un chófer a recoger al aeropuerto y ahora, cuando termine de escribir está entrega, saldré a la calle a conocer esta ciudad en medio de la selva amazónica.



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