MANAOS, LA CIUDAD QUE OLVIDÓ QUE ESTÁ EN LA SELVA
22 de junio de 2024. Mi nombre es Salvador Romero y viajo. Estoy recorriendo el río Amazonas hasta la desembocadura. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.
Después de conocer ciudades como Pucallpa, Iquitos, Santa Rosa, Leticia o Tabatinga, llegar a Manaos me supuso un choque importante. Ya por sí mismo, el tamaño es relevante, tiene dos millones y medio de habitantes y quiere ser ciudad, como cuando en la época de la fiebre del caucho, hace ya más de un siglo, en sus ínfulas de grandeza, quería parecerse a París. Un poco le pasó lo mismo a Iquitos, pero ésta se quedó en trescientos mil habitantes y vive muy en contacto con el río y con la selva. En Manaos sólo se acuerdan de ellos para organizar recorridos para los turistas, ahora llamados tours, como no, de las ansias de parecerse a su admirado París.
De no haber sido por la tristemente añorada explotación del caucho, que aquí también conllevó la explotación de los trabajadores y el exterminio de miles de indígenas, Manaos no sería más que un pequeño destacamento con un poblado similar a los que se ven a lo largo del río. Por cierto, la ciudad no se encuentra en el Amazonas, sino a unos dieciocho kilómetros río Negro adentro. El nombre de Negro se lo puso la expedición de Francisco de Orellana de 1542, por el color de sus aguas. Digo lo de añorada, porque en aquella época, el dinero corría a raudales entre los empresarios caucheros y su capataces y empleados de confianza, hasta tal punto, que enviaban sus trajes a limpiar a tintorerías de Europa, los precios eran más elevados que en Nueva York o en Europa, a veces el triple, y aún así, había dinero para comprar. Cuando se derrumbó el imperio del caucho, la mayoría se arruinaron, algunos se suicidaron, y terminaron su vida de forma miserable, ellos y todos sus empleados, tanto de la industria cauchera, como empleadas domésticas, muchas de las cuales terminaron en burdeles para poder subsistir. Ahora la ciudad vive de la industria, desde refinería de petróleo, hasta fabricación de motocicletas, de jabones, industria alimentaria, turismo, etc.
He sentido una pequeña decepción con Manaos, pero aún así, tiene cosas que visitar, sobre todo de la época cauchera, y su principal atractivo es el teatro Amazonas, un teatro de ópera, que se construyó en aquellos años de opulencia, para intentar atraer a las mejores compañías europeas, aunque muchos divos no quisieron venir por miedo a la malaria, a pesar de que les llegaban a multiplicar varias veces el importe de sus emolumentos. También se construyó el teatro, porque la tercera ciudad cauchera en discordia junto con Iquitos y Manaos, era Belém do Pará, y allí habían construido un teatro de ópera y no querían ser menos. Al menos ha quedado en la ciudad una afición importante por la música, el teatro y la danza.
Lo primero que hice en Manaos, fue informarme de los barcos que iban a mi próximo destino, Santarem. Por lo que fui andando hasta el puerto, que no me quedaba lejos, pues estaba alojado frente al teatro Amazonas, y son unos veinte minutos andando. Compré mi pasaje y ya me puse a recorrer lo que de pintoresco o visitable tiene la ciudad. Estuve en el mercado Adolpho Lisboa, que es el mercado por excelencia de la ciudad y aproveché para comer allí un magnífico filete de pirarucú acompañado, como es costumbre en Brasil, por arroz, feijoes (frijoles o alubias pintas) y farofa (un acompañamiento hecho con farinha, harina de yuca tostada), que me costó 20 reales, unos 3,5 euros. Al siguiente día repetí comida, pero está vez cambié el pescado por un estofado de carne, que estaba buenísimo. Las calles desde el mercado (cerca del río) y el puerto hacia arriba, antes de llegar a la plaza del teatro, están llenas de pequeños comercios fijos y callejeros, a modo de mercadillo, tipo rastro madrileño, todo muy colorido. Me llamó la atención, que en muchas tiendas de ropa o electrodomésticos hay un charlatán con un micrófono, con un altavoz potente, sin parar de hablar y contando las excelencias de su establecimiento. Incluso había un charlatán en un sex shop y maniquíes en la puerta con lencería sexi.
Decidí quedarme sólo tres noches en Manaos, dado que para lo que hay que ver en la ciudad, es tiempo suficiente, y de las ofertas para visitar la selva, no hay nada que no haya visto o hecho ya, y la visita al encontro das aguas era innecesaria, porque mi barco pasaría por encima, para poner rumbo a Santarem. El último día lo dediqué a patear las calles del cento histórico, a cortarme el pelo y a ver un espectáculo en el teatro Amazonas, llamado "Lançamento de Amazonas Green Jazz Fest 2024", con la Amazonas Band.
Por fin, pude conocer el teatro Amazonas por dentro. Es un teatro de ópera con tres niveles de filas de palcos. Se construyó con los materiales más caros y lujosos de la época.
Todo se trajo de Europa, salvo la madera, que aún así, fue enviada a Inglaterra para que allí la tallaran ebanistas ingleses. Asistí a un concierto de jazz, a cargo de la Amazonas Band y la asistencia estuvo muy cercana al lleno. Realmente fue espectacular, tanto la interpretación a cargo de la orquesta, como el entorno. Lo vi desde un palco en el primer nivel, casi sobre el escenario.
A la salida, en la plaza donde se encuentra el teatro y también mi alojamiento, que más que un hotel es una especie de residencia, había en cada bar o restaurante, música en directo. Me pedí una cerveza y me quedé en uno que ofrecía un concierto de música brasileña, principalmente Bossa Nova.
Al día siguiente me levanté temprano y fui caminando hasta el puerto para embarcarme rumbo a Santarem, ya en el estado de Pará y dejando atrás el estado de Amazonas, aunque el río, el paisaje y el entorno sean iguales. Al poco de zarpar, pasamos por el encontro das aguas, donde desemboca el río Negro en el Amazonas, y durante bastante tramo, pude contemplar cómo corren paralelas las aguas negras y las marrones, sin llegar a mezclarse hasta unos kilómetros más adelante.
Nada más entrar en Brasil, me empezó a sorprender la cantidad de fincas ganaderas que hay en las riberas, en terrenos deforestados para obtener pastos, pero a partir de Manaos, donde el río ya adquiere una anchura considerable, por la noche da la sensación de estar viendo la costa del mar, bastante lleno de lucecitas. El tiempo fue magnífico, estamos muy cerca del ecuador y además había casi luna llena. En la cuarta cubierta del Ana Beatriz V, hay una terraza hecha para disfrutar el viaje, y se pueden pasar así las horas sintiendo la brisa, bajo la luz de la luna.
Paramos al amanecer en el puerto de Parintins, donde se celebra el Boi-Bumbá, según dicen, la segunda fiesta más importante de Brasil, después del carnaval de Río. Pensé en quedarme, pero es a finales de la semana que viene, y eso me suponía alargar mi estancia más del 14 de julio, que me había puesto como tope y estar una semana sin hacer nada esperando la fiesta.
La vida en el barco transcurría tranquila. Al otro lado de la chica que tengo al lado de mi hamaca, hay un tipo curioso, al que ya he escuchado dar el sermón a mi vecina, hablando de religión, y parece que tiene una visión particular del cristianismo, siente que tiene que estar predicando constantemente. Hasta ahí, sólo que no me dejaba concentrarte en mi libro mientras le contaba a mi vecina las bondades de Dios en voz alta. Pero de pronto, unas horas antes de llegar a Santarem, se me acercó y me preguntó si era español, porque decía que había tenido una visión, que creo yo que era que había visto el título del libro que estaba leyendo, y me empezó a preguntar. Me dijo que se llamaba Andrés, que era colombiano, de Bogotá, aunque se defiende bien en portugués con acento brasileiro. Le conté un poco mi viaje, etc., y me empezó a dar su charla religiosa y me dio una tarjetita con frases religiosas, según él para protegerme, porque Dios le había dicho que viniera a hablar conmigo. Después me preguntó si podía rezar una oración por mí, y yo le dije que bueno. Lo que no esperaba, es que se pusiera delante mía, en voz alta, a pedir por mí, y así estuvo unos cinco minutos. No sabía qué hacer, así que estuve escuchando hasta que terminó. Aquí no hay ningún día aburrido.
Por fin llegamos a Santarem, donde pasaré cuatro noches, a no ser que no haya barco a Belém el día 25 y tenga que recomponer los planes. Lo que sí tengo claro ya, porque tengo por fin comprados los billetes, es que el día uno de julio vuelo de Belém a Río de Janeiro y que el día siete de julio, San Fermín, está previsto que llegue a España.
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