NAVEGANDO HASTA LA TRIPLE FRONTERA
7 de junio de 2024. Mi nombre es Salvador Romero y viajo. Estoy recorriendo el río Amazonas hasta la desembocadura. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.
Cayendo la tarde del miércoles, ya me encontraba embarcado en uno de los puertos de Iquitos. Como es costumbre, el barco, o la lancha, como la llaman por aquí, se retrasó en su salida, pero esta vez sólo fue una hora. Sentía cierta pena por dejar una ciudad de la que he oído hablar mucho y de la que me voy con la sensación de que tengo que volver algún día. Este segundo trayecto por el río Amazonas me llevaba también a abandonar definitivamente Perú, aunque eso es con matices que luego explicaré más adelante. El destino era la triple frontera, donde el río une a Perú, por medio de la isla de Santa Rosa, a Colombia por medio de Leticia y a Brasil por medio de Tabatinga. Leticia y Tabatinga están literalmente unidas, cruzas una calle y ya todo está en portugués, pero no hay aduana, ni policía que te diga algo. Santa Rosa se encuentra en una isla, como a un kilómetro de la orilla donde se encuentran sus ciudades vecinas.
Antes de salir, comenzó a llover torrencialmente, lo que provocó que, junto con la llegada de la noche, bajaran las temperaturas y pasé de estar empapado de sudor, a tenerme que arropar bien en mi hamaca durante la noche. Hay que tener en cuenta, que las cubiertas donde se instalan los pasajeros con sus hamacas, no están cerradas, ni por delante, ni por detrás y el propio movimiento del barco, crea una corriente, que sumada al viento reinante, al menos sirve para ahuyentar a los mosquitos, que aquí llaman zancudos, porque diferencian entre el mosquito pequeño y el zancudo, que es el que transmite enfermedades.
Al ser más ancho y caudaloso el río por esta parte, los barcos tienen menos miedo a quedarse varados en un banco de arena y este trayecto que es como la mitad del que hice entre Pucallpa e Iquitos, lo recorre el barco en unas treinta y seis horas. Hay otras lanchas que son más rápidas, pero he querido hacer este viaje, en las mismas condiciones que lo hacen los lugareños, aunquede las dos cubiertas que hay para pasajeros, a los extranjeros, que éramos siete, nos mandaron a todos juntos, eso sí, compartiendo con la gente del lugar. El barco era más pequeño que el del anterior viaje e hizo infinidad de paradas en pueblitos escondidos en la selva, a la orilla del río, donde se subía o bajaba un pasajero, o donde cargaban su cosecha de plátanos para venderla en la ciudad. Algunas veces, de noche, se aproximaba a una luz de una linterna, arrimaba el morro a la arcillosa orilla del río y se subía una persona que estaba esperando en la oscuridad de la noche. Realmente hace un servicio increíble. Me pregunto qué sería de esas personas, si lanchas como la nuestra no parasen porque no lo ven rentable. También es corriente, según la hora de la parada, pero a primera hora de la mañana, ver grupos de escolares uniformados, a los que va a recoger un bote para llevarlos al colegio todos los dias. Esa gente vive de lo poco que cosechan y de la cada vez más escasa pesca por la sobreexplotación del río.
Es increíble también, todo lo que cargan en estas lanchas: sacos de cemento o de harina, chapa ondulada y galvanizada para los tejados de las casas, sacos de arena para la construcción, plátanos, los famosos pollos del viaje anterior, etc. Cualquier cosa que se necesite en estos pueblos sólo comunicados por el río, se transportan. Y no olvidemos, que Iquitos, con sus trescientos mil habitantes, se encuentra totalmente aislada por tierra y recibe todos sus suministros por vía fluvial. Pero la anécdota del viaje, fue que llegaron con una barca y traían un cerdo para embarcarlo, y lo tuvieron que subir a mano y ayudándose de una cuerda, mientras el animal no paraba de chillar.
A las ocho y media de la mañana del viernes, llegábamos al puerto de Santa Rosa. Nada más desembarcar, tras bajar con todo el equipaje por el tablón de turno, busqué un motocarro que nos llevara a mis cosas y a mí, a la oficina de inmigración. Pero cuando ya casi llegábamos, la calle estaba cortada porque había una parada militar y allí me tuve que bajar y presenciar toda la ceremonia del día de la bandera, con izados, himnos, discursos y hasta una pequeña homilía de un sacerdote, con su padrenuestro incluido. Terminado este acto, pude continuar a que sellaran en mi pasaporte la salida de Perú.
Aunque eran las diez de la mañana, pero llevaba despierto desde las cuatro y media, tras salir de la oficina de migraciones, donde me hubiera quedado un buen rato por lo fresquito que se estaba y sin tener que cargar bultos, al pasar por un restaurante que había abierto, vi que tenían ceviche y pensé que no me podía ir de Perú sin comerme uno. De modo, que me senté y di buena cuenta, tanto del generoso ceviche, como de una cerveza Cristal de 650ml.
Tras darle ese gusto al paladar y al cuerpo, esperé que pasara un motocarro y me llevó hasta el puerto a buscar un bote que me cruzase hasta Leticia, en la otra orilla. Una vez allí, me fui derecho a la oficina de migraciones, porque en la triple frontera no te para la policía, sino que tienes que ir tú en su busca, en ninguna de las tres ciudades. Allí me sellaron la entrada en Colombia. Eso sí, tuve que subir y bajar escaleras con los bultos a la espalda, y la oficina colombiana, como no, está instalada sobre una balsa, y para acceder a ella, hay que ir caminando sobre tablones de madera. Al fin llegué a mi hotel y ahora toca descubrir este lugar tan peculiar, donde me han sellado la salida de Perú y la entrada en Colombia, pero seguro que pasaré varías veces a Brasil y es muy probable que haga alguna visita a la selva peruana, que aquí no preguntan.
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