NAVEGANDO POR TIERRAS BRASILEÑAS


18 de junio de 2024. Mi nombre es Salvador Romero y viajo. Estoy recorriendo el río Amazonas hasta la desembocadura. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.

Partía del Muelle de Tabatinga, ya en Brasil, con una sensación diferente a los otros viajes en barco. Hay que reconocer que en Brasil está todo mucho más ordenado y pintaba mucho mejor. Para empezar hay una serie de trámites, obligados por ser un puerto fronterizo, y no con un país, sino con dos. Tuve que pasar los consiguientes controles policiales, para comprobar que tenía el sello de inmigración y unas cuantas preguntas de rigor. La espera la realicé en una sala con acceso a la policía y al despacho de pasajes. Nada de rampas de tierra y barro y nada de tablones. En Tabatinga tienen un muelle flotante en condiciones. No se puede hacer uno fijo, porque el nivel del agua del río, varía según la época del año y, sobre todo, por las lluvias. Al entrar al barco, nuevo control policial, más preguntas y alguna revisión de equipajes, aunque yo les debí inspirar confianza y después de abrirlo, me dijeron que lo cerrase y que tuviera buen viaje. Además de ser puerto fronterizo, hay tantos controles, porque por esta vía llega la mayoría de la droga a Manaos.
Hay que empezar por decir que en este tramo, los lugareños no llaman Amazonas al río, sino Solimoes. Desde el Nevado de Mismi, donde todos los expertos dicen que nace el Amazonas, hasta la desembocadura en Belém do Pará, se llama Apurímac, Ucayali, Amazonas, Solimoes y nuevamente Amazonas. Me acomodé en la tercera cubierta, porque había menos hamacas. El barco parecía de lujo, comparado con los anteriores y para colmo, en la cubierta superior hay una terraza grande con sillas y una tienda/bar con música y con televisión con retransmisiones deportivas, vamos, un lujo. Pero para lujo, los del barco de al lado, que debe ser de esos que sólo lleva turistas y a precio de crucero, claro. La salida se retrasó un poco, pero sólo una hora y el barco avanzaba a gran velocidad. Los aseos y los baños, no sólo están a años luz de los anteriores, sino que los limpian todos los días. Y lo mejor de todo, vino a la hora de la cena, que es a las cinco, por cierto. No sólo es mejor la comida, sino que es buenísima y abundante. Vamos, que tengo la sensación de haberme equivocado de barco, pero no, aquí es donde viajan los lugareños como barco "lento", aunque cubre los mil y pico kilómetros, que nadie lo sabe con seguridad cuántos son, debido a los enormes meandros del río, que separan Tabatinga de Manaos en unas ochenta horas y eso que tiene un montón de paradas programadas. Es cierto que viajamos a favor de corriente. En sentido contrario, tarda un par de días más.
Calculo que en el Samaúma viajamos algo más de trescientos pasajeros en hamaca, aunque los pocos camarotes que tiene el barco, parece que van ocupados.
He conocido a un alemán, que lleva un año y algo por estos países de la zona y de vez en cuando trabaja en una reserva perdida dentro de la selva para seguir costeándose la subsistencia. No es muy hablador, pero hemos hecho buenas migas. También viaja en el barco una chica francesa, de Toulouse, que dice que lleva seis meses viajando, y con ella y con unos venezolanos, hacemos tertulia por la noche, después de cenar, en la cubierta superior. De los venezolanos hay uno, Diego, que lleva viviendo quince años en Brasil, en Belém do Pará, que es mi destino final en el río. Tiene pasaporte brasileño, pero viene de Colombia de sacarse el pasaporte colombiano, porque tiene allí a casi toda la familia. En este tipo de barcos, con tantas horas sin mucho que hacer, da tiempo a leer, a dormir, a contemplar el paisaje y a conocer a gente muy diversa. Con los brasileños no paso mucho de los saludos de rigor, porque el portugués que hablan no lo pillo, debe ser por el acento, aunque dicen que en la selva se habla portuñol y ellos sí entienden bien el español. 
Lo más gracioso que he visto, es una señora que se ha traído un ventilador y lo tiene enchufado y se lo tiene dirigido a su hamaca.
Quitando estás anécdotas, la navegación fue rápida y tranquila, bueno, tranquila hasta que nos pararon por la noche. Menos mal que era la policía brasileña. Hablaban por megafonía, con esa voz metálica, que sumada al acento local y a que lo decían en portugués, no me enteraba de nada, pero sí escuchaba algo de los pasaportes. Total, que nos iba a abordar la policía y había que recoger un poco las hamacas y poner todos los equipajes en el suelo en fila y todo el mundo se tenía que poner pegado a la baranda de los laterales.
Nos hicieron parar junto a una barcaza grande de la policía, que utilizan como oficinas y como muelle y cuando estuvo bien amarrado el barco, subieron a bordo, bien armados y con un perro. Estuvieron haciendo al perro pasar por todos los equipajes y fueron, uno por uno, pidiendo documentación y haciendo preguntas. Al final, hicieron bajar a cuatro personas del barco y los dejaron detenidos, y según dicen algunos pasajeros, encontraron cocaína. 
Pues no terminó ahí el susto, porque Diego se puso malísimo nada más bajarse la policía y estuvo bastante rato casi sin sentido. Ya decía el día anterior que se encontraba regular. Pero afortunadamente, hoy se encontraba bastante mejor. Yo me temía que tuviera malaria, porque tenía frío, sentía dolor por varias partes del cuerpo, y cuando se espabiló un poco, además de estar como ido, tenía la camiseta empapada de sudor.
Al final, con algo de retraso por los controles policiales, hemos llegado Manaos, una ciudad, que como Iquitos o Belem, vivió la fiebre del caucho a finales del siglo XX, hasta 1912, nadando en la opulencia y luego cayendo en depresión. Hoy es una ciudad, que aunque está en la selva, vive un poco de espaldas a la misma. Pero antes de llegar, aunque luego lo veré mejor cuando tome el próximo barco, hemos pasado por el encontro das aguas, pero por un canal lateral, no por el curso central del río, donde se juntan el río Negro y el Amazonas y sus aguas no se mezclan hasta bastantes kilómetros más adelante.
Estaré tres días en Manaos visitando el casco antiguo, porque esto es más ciudad, y la oferta que hay de actividades por la selva, es como mucho, igual que la que he tenido en Iquitos o en Leticia, o ir a ver el encontro das aguas y quiero estar más días en Santarem, que parece más interesante.

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