SANTAREM, EL CARIBE DEL AMAZONAS Y EL ÚLTIMO BARCO
27 de junio de 2024. Mi nombre es Salvador Romero y viajo. Estoy recorriendo el río Amazonas hasta la desembocadura. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.
Desembarqué en Santarem con una idea muy clara: no me iba a dedicar a ir a la playa. Santarem es un destino turístico importante, dentro del norte de Brasil. Es conocido como el Caribe del Amazonas, por sus playas de arena casi blanca, sobre todo en Alter do Chao y la isla que tiene enfrente, la ilha do Amor o isla del Amor, en castellano. Pero ni ese es el objetivo de mi viaje, ni me seducen demasiado las playas fluviales, me gusta más bañarme en agua salada y transparente, y al sol no me puedo poner mucho, porque me quemo con facilidad. A eso hay que sumar que estamos muy cerca del ecuador y aquí el sol pega de verdad.
El barco demoró su llegada y atracaba a eso de las siete de la tarde, que aquí ya es noche cerrada. Me subí al primer taxi que pude, y menos mal, porque creía que íbamos a otro puerto que está más cerca del hotel y había contemplado la posibilidad de ir andando. Llegué al hotel y lo primero que hice fue darme una buena ducha. Aunque en ningún sitio del Amazonas existe el agua caliente, os puedo asegurar que el agua que caía al principio, quemaba. Una vez duchado, salí a cenar algo. Mi hotel se encontraba en la avenida Tapajós, frente al río del mismo nombre y afluente del Amazonas, y enfrente sólo tiene una especie de paseo marítimo, o más bien fluvial, que aquí llaman orla, pero con bastante animación y lleno de chiringuitos donde poder comer. Me pedí un espeto de carne, una brocheta hecha a la brasa, acompañado de arroz, farinha, ensalada y una salsa que no sé qué era, total dieciocho reales, unos 3,3€. Después me acerqué a un bar/restaurante donde había música en directo y me estuve tomando una cerveza mientras escuchaba el concierto.
Cuando terminó, me fui a acostar. Creo que es el hotel con mejor relación calidad/precio de todo el viaje. Es todo nuevo, súper limpio, con aire acondicionado, una cama cómoda y un magnífico desayuno incluido, y todo por unos 22€ al día. Me hubiera quedado más días, sólo por lo bien que se está allí.
A la mañana siguiente, pregunté de donde salen los barcos para Belem y dónde venden los pasajes. Era sábado, pero feriado, así que casi todo estaba cerrado. Hablé con un taxista que llegó a dejar a un cliente al hotel y me llevó al puerto. Después de regatear en varias agencias, compré el billete, pero tuvo que ser para el lunes, un día antes de lo previsto, porque si no, no había barco hasta el sábado. Y ya de paso, me enteré de que se hacen dos noches en la travesía, no una como creía. De modo que, entre el sábado feriado y el domingo, había que hacer todas las visitas que tenía anotadas. La única que me perdí es la del centro cultural Joao Fona, que no abría hasta el lunes y me tenía que ir temprano. El resto de visitas que no hice, eran todas a playas paradisíacas, ya descartadas.
La mayor parte del sábado casi no salí durante el día, tratando de solventar mis alojamientos en Belem y Río de Janeiro.
Tengo que decir, que desde que perdí mi teléfono en Lima, hace más de un mes, aunque sólo he necesitado ayuda externa para poder comprar mi pasaje de vuelta a España desde Río de Janeiro, todo han sido dificultades a la hora de operar, debido a que Orange y CaixaBank, supuestamente por mi seguridad, me han dejado tirado y la única alternativa que me dejan es que me presente en una oficina en España. Ya hablaremos a mi regreso. No tanto, pero también tengo que hablar con ellos, igualmente me ha sido imposible reservar casi nada con Booking, salvo un hotel y un vuelo, curiosamente. Vamos, que me he tenido que buscar la vida. Y la verdad, gracias a esos impedimentos y al temor a quedarme sin dinero y tirado del todo, agudizando el ingenio he conseguido que el viaje me esté saliendo más barato de lo presupuestado. También ha contribuido a ello, que los precios desde que llegué a Pucallpa, son bastante económicos, tanto para dormir, como para comer o para tomar una cerveza, y me ha servido también para integrarme más con los lugareños. Por cierto, ya me voy soltando con los brasileños, aunque cuando hablan con el acento local, es difícil entenderlos.
El domingo por la mañana lo dediqué a visitar el Mercadão 2000 y la Feria do Peixe. El Mercadão es un mercado bastante grande, y aunque había algunos puestos cerrados, la mayoría estaban abiertos y llenos de gente, con el colorido habitual de este tipo de mercados. Aproveché para comprar unas naranjas para llevar en el barco, que siempre vienen bien y no se estropean. Me sorprendió bastante el tamaño de las sandías que vi, así como el colorido de los puestos de farinha, donde me quedé sorprendido por la variedad que hay, tanto de calidad como de precio. Había también puestos de carne y de pescado, pero éste ultimo lo dejé para la Feria do Peixe, que se encuentra sobre el río. Pensaba que la Feria do Peixe era una lonja de subastas de pescado, pero lo que había allí, era gente de la ciudad comprando su pescado para la casa y mucha gente, que como yo, estaba por allí dando una vueltas y viendo el ambiente, y no turistas, sino lugareños. Había una gran variedad de especies del río, irreconocibles para mí, pero que muchas llaman la atención por el gran tamaño que tienen, aparte del pirarucú o paiche, que viene a medir dos metros y es el pez más grande del Amazonas. También me llamó la atención, que todo el pescado lo limpian o preparan, con un cuchillo mediano y con un machete. Hay algunos pescados que los salan, como se hace con el bacalao, y los venden así, normalmente enrollado y lo suelen cortar por rodajas. Hay puestos especializados en ello y los he visto desde que empecé mi andadura por el río, en Pucallpa. También tienen lo que aquí llaman camarões, que pueden ser camarones o gambas, que abundan en el río. La verdad es que dan ganas de comprar, pero eso lo reservaré para cuando regrese de vuelta.
La tarde la dediqué a patear el centro de la ciudad, donde pude ver que aquí también estuvo de moda hacer casas con azulejos en las fachadas y estuve en la catedral metropolitana Nossa Senhora da Conceiçao, aunque llegó un momento en que me tuve que volver al refugio del aire acondcionado del hotel, porque el calor era insoportable y sólo se podia estar en la poca sombra que había.
Por la noche, ya con más fresco, salí a cenar algo y a despedirme de la ciudad. Por la mañana había quedado con el mismo taxista que me llevó a comprar los pasajes, para que me recogiera a las nueve de la mañana en el hotel y me llevara al barco. Antes, me estuvieron atendiendo en el hotel, donde no me pusieron ninguna pega para abonarme la noche que ya habia pagado y no iba a poder disfrutar, por el adelanto del día de salida del barco. Me levanté temprano el lunes y después de desayunar, fui a ver a la gerente del hotel y como me habían dicho, gentilmente me hizo el abono de la noche que no disfruté.
Después fui a embarcarme en el último trayecto por el río, hasta el océano Atlántico. El barco era más viejo y pequeño que los anteriores, pero bien. Parece que me persiguen los predicadores. Uno de ellos, con una camiseta en la que se anuncia como pastor, poniendo música religiosa a todo volumen y cantando, por cierto, bastante mal. Y había gente que iba a hablar con él y los abrazaba.
Cómo no podía faltar de nada en este viaje, toda la noche hubo un fuerte temporal de lluvia y viento. Entraban gotas de lluvia pues el barco es abierto y sólo tiene unas lonas. Hay que tener en cuenta, que el río llega a tener de ancho en aquella zona, entre diez y veinte kilómetros y el agua se movía bastante. Las hamacas se zarandeaban como péndulos locos y se chocaban unas con las otras en ese zarandeo. No sé si puedo decir que dormí.
Después de la tormenta, salió el sol y el tiempo volvió a lo habitual. Cuando ya llevábamos varias horas de navegación con buen tiempo, sobre mediodía, ya aproximándonos al enorme delta del Amazonas, a lo largo de la ribera se veían asentamientos individuales, no pueblos, pero muy seguidos. Salía gente con botes hacia el barco. Unos Pocos, después de igualar la velocidad del mismo, se amaraban y subían vendiendo algo. Los otros, la mayoría, se acercaba a ver si la gente les daba algo de lo que no necesitaran. Hubo gente que lanzó bolsas al agua y las recogieron.
Al día siguiente, para rematar la faena, se quedó casi detenido el barco y avanzaba a una velocidad lentísima. El motivo, no fue otro, que venía de nuevo la policía a inspeccionar el barco, con perro incluido y todo. Al final, después de hacernos poner todos los equipajes en fila y estar pegados a la borda con la documentación en la mano, hicieron pasar al perro por todos los equipajes. De la cubierta de abajo, se llevaron a un pasajero, aunque desconozco el motivo.
Finalmente, tras una noche tranquila, ante nuestros ojos apareció Belém, por donde el río parece un mar por la cantidad de kilómetros de ancho que tiene y desde donde vierte su inmenso caudal en el océano Atlántico. Para hacernos una idea de las dimensiones de todo el entorno, hay una isla en el delta, que tiene una superficie del tamaño Bélgica. Aquí terminó mi navegación por el Amazonas, aunque queda por conocer la ciudad de Belém do Pará, con sus más de dos millones de habitantes y la historia desde su fundación, cuando Brasil y Portugal formaban parte de España y reinaba Felipe III, y porque alli empezó la fiebre del caucho en la Amazonia.
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