RÍO DE JANEIRO, AVENTURA HASTA EL FINAL
6 de julio de 2024. Mi nombre es Salvador Romero y viajo. He recorrido el río Amazonas navegando hasta la desembocadura. Ahora estoy en Río de Janeiro, donde he estado los últimos días, antes de tomar el vuelo que me llevará de nuevo a España. Aquí plasmo mis sensaciones y las acompaño con alguna foto, sin más ánimo que el de compartir mi experiencia.
Dejé Belém muy de madrugada. De hecho, me recogió un Uber a las 3:30 de la mañana, para llevarme al aeropuerto. Me esperaba un vuelo hasta Brasilia, una espera de cuatro horas y media y tomar otro vuelo hasta Río de Janeiro. Todo transcurría con normalidad, pero un viaje de aventuras, no es tal si no tiene aventuras. Para empezar, casi pierdo el vuelo a Río, por un malentendido con mi portugués con acento brasileño, pero al final me subí tranquilamente al avión y éste despegó a su hora. Según nos acercábamos a Río, el cielo estaba muy nuboso, por lo que temía que me estropearan mis visitas al Cristo Redentor del Corcovado y al Pan de Azúcar. Al aproximarnos a la ciudad, pude distinguir Maracaná y el Pan de Azúcar, pero no el Corcovado, que seguramente estaría tapado por las nubes en un día lluvioso y fresco. Al final, el avión enfiló la pista de aterrizaje entrando desde el mar, y mirando por la ventanilla, pude ver que ya estábamos a pocos metros de la pista de aterrizaje, cuando de pronto, a escasos 30 ó 40 metros del suelo, los motores se pusieron a toda potencia y comenzamos a ascender de nuevo y el avión recogió los flaps de las alas. A cabo de unos minutos, el piloto se puso a hablar, pero entre la barrera idiomática y el sonido a lata de los altavoces, sólo entendí que lo intentaría sólo otra vez y que no nos pusiéramos nerviosos. No era la situación ideal, desde luego. Al final, después de veinte minutos entre nubes, volvimos a enfilar la pista y esta vez sí aterrizó, seguido de una estruendosa ovación de todo el avión. Como digo, la adrenalina no debe tener reposo en un viaje de aventuras. Entre que llegué a la playa de Ipanema, donde me alojé por recomendaciones varias, que estaba lloviendo y que hacía una temperatura bastante más baja que la de Belém, que me instalé, salí a tomar una cerveza para quitarme la tensión del aterrizaje y a cenar algo, y me fui temprano a dormir, que me había levantado antes de las tres de la mañana.
Afortunadamente, al día siguiente ya no llovía, aunque había algo de neblina, pero me decidí a visitar el Pan de Azúcar, no fuera que se nublase más de nuevo y no pudiera ver nada desde allí. Saqué los billetes del funicular que te sube en dos tramos y me dirigí hasta allí, después de mediodía, con la intención de ver desde arriba la puesta de sol y la ciudad con sus primeras luces. Todo fue bien, aunque no paraban de pasar delante de nuestros ojos, unas nubes muy débiles, pero que hacían que la vista fuera borrosa por momentos.
El miércoles 3 de julio, tenía sacado el billete para subir en el tren de cremallera desde el nivel del mar, hasta los más de setecientos metros de altura que se encuentra el Cristo Redentor del Corcovado. Ahí ya sí hacía mucho mejor tiempo y se podía ver toda la ciudad y esa bellísima bahía rodeada de montañas y salpicada de esos picos tan característicos. Estuve como una hora allí, hice unas cuantas fotos y vídeos, me recreé con las vistas y ya necesitaba sombra, así que decidí bajar. Entre el tren y los autobuses, que tampoco controlo mucho, llegué sobre las dos y media y decidí que ya era hora de conocer la playa y relajarme un poco, aunque el sol se pone muy temprano y entre las montañas del fondo y la altura de los edificios, a partir de las cuatro y media sólo queda sombra en Ipanema. Salí a cenar por la noche, pero es difícil encontrar comida brasileña. Casi todo lo que encontré esos días, fue comida italiana, española o hamburguesas. La verdad es que está todo muy orientado al turismo, así que decidí alternar los sitios que me habían recomendado con los que iba descubriendo y me apetecía probar. Tampoco tenía tantos días. Pero una cosa tenía clara, que no me iría de Río sin probar la famosa feijoada carioca.
El jueves lo dediqué a visitar el famosísimo estadio de Maracaná, donde juegan como locales Flamengo y Fluminense, además de la selección brasileña. Curiosamente, en un rincón del estadio hay una exposición de banderines de clubes y de selecciones nacionales que han venido de visitantes y entre ellos, sólo hay uno e España yes del Atlético de Madrid.
El resto del tiempo lo dediqué ya a ir a la playa, comer bien y relajarme. La verdad es que esta parte del viaje no tiene nada que ver con lo anterior, pero me he bañado en el Atlántico, en la playa de Ipanema, después de haber tocado el agua del Pacífico en Lima. He tenido muy buenas recomendaciones de lo que hacer en Río, y he comido muy bien en Zazá, en Viasette y en Oía.
El sábado por la tarde, sale mi vuelo con destino a España y con escala en Lisboa. Curiosamente, ahora que dicen que es una de las maniobras más arriesgadas, junto con el despegue, a pesar del susto del otro día, el aterrizaje no me pone nada nervioso, de modo que me relajaré y me echaré una buena siesta en el avión.
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